-¡Se escapan todos, ninguno aguarda a despedirse! –dijo Maple extrañada de que nadie le creyese.
-Te creo –dijo alguna de sus amigas, como diciendo si para callarla.
Sentada en la orilla de la cama, iba trazando su cuerpo en el espejo viejo de la abuela. Iluminaba poco a poco su sonrisa. Pero un aire húmedo escurría la tinta aún fresca. Bajo los brazos tenía un poco de estambre y un par de agujas de tejer, pero estáticas estaban, suspendidas por un hilo de inutilidad. Había encontrado esa solución, alguna otra ya no serviría contra la fuga nocturna de los sueños, pues tenían deseos de fuga. Al fin no era problema que se sumergieran en un mundo para ellos de lo irreal, el problema es que no le decían adiós, ni emitían sus quejas en contra de Maple.
Los sueños mayores iniciaron el éxodo, después todos sucintamente amontonaban sus pertenecías en una maleta roída, cargaban sus papeles de identidad, cerraban puertas y ventanas, corrían las cortinas, sacaban la basura, y colgaban de la puerta un letrero, solicitando al cartero aguardar las instrucciones, para remitir a una nueva dirección su correspondencia. Sentados en sus cobertizos las pesadillas tomaban el mate, unos mayores pasaban entre sus bigotes de nube, licor de arandano. Los abuelos de niños contaban a las pesadillas pequeñas la llegada mesiánica con las ropas roídas una y sobre balsa de una soledad que tocaría a las puertas de los sueños, e irían a los límites de la bóveda de Maple, forzarían las puertas, e inmediatamente las pesadillas pasearían por entre los viñedos de Maple.
Así durmiendo abrasados por la esperanza, esperaban con ansias este día. Las pesadillas niños al ver pasar un sueño, se amontonaban frente a un hogar, y empezaban a recitar un canto, pues el tiempo de uvas corría ha hacer cosquillas en los pies.
Maple pequeña, le gustaba descalzarse los huaraches e ir a cortar pasto, depositarlo en su cama y pensar que nunca regresaba de aquel horizonte de risas. Un día como suele pasarle a la mirada dulce, encontró un temor bajo su mano, aplastó esfuerzos y vidas, encerradas en un hormiguero, trató de reconstruirlo, pero sus manos entorpecían solamente. Tomó algunas y les enseñaba un hogar en su oído, pero se negaban a ello y salían con cara de enojo. Sueños y pesadillas, fue la única vez que se unieron, pues un enemigo los asechaba, a cambio de la alianza, las pesadillas podían aparecer por el viñedo una vez al mes, pero muchas eran las pesadillas, y la lista del turno terminó por ser empolvada, y se dijo entre las mesas de los sueños, que era una acción por parte de las pesadillas como desagradecidas. En la mesa de las pesadillas en cambio fue adjetivado como dignidad. Maple recordó su crimen, y víctima pensó ser, de venganza de fantasmas hormigas.
Los viñedos en el inició del éxodo, sus hojas verdes aún iluminaban rostros de sueños pequeños, mientras bailaban así entre ellos. Después el otoño infecto su verde. Los padres sueños, preparaban los caminos y silencios que hacían para salir. Maple aguardó el regresó de los primeros, pero nunca llegaban, decidida tomaba sus manos y tocaba ritmos que alegraban a los sueños, pero no le escuchaban. Orillada a la desesperación tapo sus oídos con papel, después con plástico, después con masa. Los sueños inventaban nuevas formas de escape, se corría el rumor, y Maple volvía a crear un obstáculo. Pero el querer de cárcel de Maple no respondía al deseo de ausencia y fuga.
Mamá Maple, escuchaba al bañarla de sol, el disparate de su hija. Y concertaba en buscar una solución, mañana, mañana. Mañana nunca amanecía temprano, y retrazaba su llegada. Abuela Maple, la mandaba al espejo, a dibujarse una sonrisa. Nada servía. Cadenas aparecieron en las fotos de un libro de abuelo. Más no de acero eran necesarias para sueños.
Veinticuatro días agregó deberes a su vida. Recogió la basura de los vecinos, amontono libros de su Abuelo, limpio ventanas de su tía, para que llegaran sus bolsillos al tianguis con días de trabajo contantes y sonantes. Abrió los mares de personas que comerciaban a través de los pasillos del tianguis. Adquirió, hay por veintitrés días de actividades, estambre y un par de agujas desgastadas, pero funcionales. Tropezó con una piedra desconocida, pero no menos dolorosa, al saber que ninguna de las mujeres de su casa sabía tejer. Bajo varias veces a la biblioteca (de veinte tomos de arquitectura, dos de medicina y uno diccionario de cuatro mil páginas), a releer los índices, a buscar manuales de costura, encontrando sólo, como suturar piel, practicó con sus muslos, y al sentirse segura, empezó a meter y sacar la aguja en su cabeza, creando una red, en donde había escrito, la frase: “Quédense por favor.”
Entre los veinticuatro días. Las pesadillas corrieron con el contador pesadilla, a preguntarle cuantos habitantes quedaban. Él les respondió que uno, enfermo, al que no le quedaba más de dos noches. Espantados de aquel logro ignorado, algunos soltaron un suspiró, otros cerraron sus ojos, otros derramaron lágrimas de río, pero todos recordaban a sus amigos sueños. El viejo pesadilla alzó el vuelo con su pipa, lentamente pronuncio un discurso sin complicaciones de ideas, todas las pesadillas entendieron, al fin su mensaje era que le diesen al sueño enfermo, las últimas risas, y tratar de lograr la felicidad, para que en los anales, se les recordaran como benignos y bondadosos.
Trasladaron su habitación al auditorio más grande que tenían las pesadillas, y sin presiones de sentimientos, rieron con él, escucharon las historias de sus paseos por los viñedos, de cómo fue la primera vez que se convirtió en dragón, de cómo voló siendo Pegaso, de las canciones que sabía, de cómo apareció el primer sueño…al fin todo lo que un sueño aprendía para sobrevivir. Pero se cumplió la muerte, todos hicieron rituales funerarios. Pusieron velas en sus casas bajo los espejos de amapola, y sin recriminaciones de pasado, lloraron todos y los niños dejaron de reír. Le llevaron por las calles con música, bajaron envuelto su cuerpo en una mortaja de pedazos unidos con sus más preciados vestidos. Colocaron sus huesos de semilla, bajo el sauce sagrado de las pesadillas.
Días pasaron y nadie quería ir a los viñedos, los niños recontaban las historias del sueño enfermo, ahora muerto. Las pesadillas dibujaban jirafas, rinocerontes, avestruces, etc. Los pesadillas silbaban la música. La tristeza inundo los hogares de las pesadillas. Uno corrió a la salida de la bóveda, grito a los demás sueños, pero nadie apareció, un silbido de frío apagó las esperanzas de este aventurero de tesoros nómadas. Se reunieron nuevamente en el enlutado auditorio, se habló por varios días. Unos decían buscar a los sueños, otros revivir al sueño, pero una pequeña pesadilla dijo, que el podría ser un sueño, pues sabía todo lo que habría que saber de un sueño. Se empezó así el entrenamiento de las pesadillas en sueños, dejando esta actividad en un teatro para suplantar la ausencia de sus vecinos.
Maple agotada de aquellas costuras, durmió con la noche encima de su corazón, con sombras como manta. Las barrancas abiertas en los días anteriores aquí no hidrataron su descenso. En el rostro escribía con esa misma paz que aquello acabaría con la palabra: bien.
Despertó y tenía veinte años. Las pesadillas vivían en los viñedos, y Maple ignoraba los rostros de las pesadillas y los sueños. Bailaban por igual en los viñedos, los dragones en instantes se convertían en moscas gigantes traga uvas, y nada salvo las agujas recordaban el tiempo de pequeña Maple. Los sueños ahora viven en una casa de bugambilias, y el cartero aún no entrega sus cartas atrasadas.
Atentamente
Santey Herco
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