viernes, junio 26, 2009

Exvoto

A Mónica
I

Creo eran dos centavos lo que uno pagaba para poder entrar a la casa y disfrutar de la televisión. En la puerta se encontraba la abuela de la casa, ella extraía constantemente de la comisura de sus senos el pañuelo rojo en donde iba guardando uno a uno los centavos, y cuando uno prestaba atención sabía que en tiempos pasados fue verdaderamente hermosa. Después de diez asistentes constantes y sonantes, mandaba a la nieta Juana a comprar un litro bien servido de pulque con don Agraciano, quién para entonces, aún seguía la técnica tradicional de la molienda de las frutas, con las cuales preparaba los curados de fresa, de avena, de perejil, de guayaba, etc.; don Grabiel comenzó a usar licuadora hacía dos años, aquel aparatejo se lo regalo su hijo que vivía en Texas. Algunos chismes decían que se encontraba preso en una cárcel y que por ello no podía venir a visitar a tu tata; otro rumor decía que había casado con una gringa (pelos de elote), y que le daba vergüenza mirar a doña Clarita, pos por ese temor al bastón y a los golpes de su silencio tan dolorosos, que ni una bendición pronunciarían, ¿y pos quién se va a bailar con la más fea, sin una bendición de la madre?
Fue Agustín quién primero le pidió a tata Domingo que le permitiera por vender unas gelatinas, mientras duraba la función. Pero Federico también no se quería quedar atrás y se sentaba en un huacal a la puerta de la casa con sus gelatinas. La abuela nos permitía salir sólo tres veces por función, una la ocupaba para ir a orinar, otra para ir a comer y la tercera para comprar algo para golosinear. No siempre compre gelatinas, a veces iba por palomitas con doña Inés; pero pa ser sinceros a mí me gustaban más las gelatinas de Federico, pero las de Agustín tenían pasas en el centro, así que de cuando en cuando compraba a ambos vendedores, creo todos lo hacíamos, nunca hubo pleitos mayores entre esos comerciantes. Sólo una vez, que sin querer se chocaron en la vuelta de casa Felisa y uno a otro se tiro la mercancía, se dieron de golpes, pero a los días se hicieron amigos de nuevo, hasta Federico le regalo una vitrina que le había hecho su apa, quién era herrero; al fin creciendo y pa ayudarse uno a otro con en sus estudios vendieron cerca de la Facultad de Odontología clandestinamente litros de pulque a un peso litro y hasta se hicieron famosos, y no faltaba quien quería hacerse su amigo y gorrearse el pulque.

II

No sé qué programa veía cuando la conocí, era linda, me cae de dios, que era linda. Ah y pues creo evidente decir ahora que me enamore. Claro que las orejas se me pusieron rojas, coloradas, y cuando salí a comer le dije a la abuela Soledad, que me vigilara a esa niña, que le había prestado pa la entrada y que quería recuperar mis veinte centavos. La abuela cerro y me fue a preparar un poco de almidón, pues decía que estaba intoxicado, ya que las orejas las tenía coloradotas y algo grandes. Años después entendí que esa tarde comí kiwi que llevó pa presumir Jacinto y que era alérgico y pos creo que la abuela me salvo por lo menos de unas orejas de elefante esa tarde.
Mi ama me dijo que parecía que no había comido en siglos, pues me atragante todos los frijoles y las calabazas. Apenas me tome dos vasos de agua de limón con chía. La abuela Soledad no me dijo nada al regresar de comer, pero la niña estaba ahí. No sabía donde vivía y hasta ese entonces creía que era imposible este conocimiento, pues todos los niños de la colonia nos conocíamos, hasta creo que Jorge vivía después del Mercado de Bola, ahí en contra esquina de los elotes asados y eso ya era rete lejos.
Medio escribí en el cuaderno de matemáticas un recado para Mario, en el que sin más anestesias sociales, le preguntaba quién era ella. Mario no me pelo, no más me miró y encogió de hombros con cara de chango confundido. No me arme de valor y me fui a mi casa sin preguntar más sobre esa niña. Hasta espere a mi valentía con la entrada de la Telenovela de las nueve de la noche, en donde las señoras ocupaban los asientos antes reservados por los niños y la programación del canal ocho. Al llegar a mi casa mi tata me dio unos buenos cinturonazos, con ese de la hebilla plateada, que a jijo, como me dolieron toda la semana las nachas.
De castigo no pude ir a ver la televisión. Hasta la abuela Soledad me miraba como desde la entrada tenía mi cara de zopilote. Federico me invitaba diario una gelatina y yo le cuidaba el puesto mientras iba a darle la pastilla a su madre, (que para entonces seguía con vomito amarillo, mismo que terminaría con su vida dos meses después). Pero no me interesaba ver la televisión, quería ver a esa niña y esos días cargaba un diente de león en mi camisa, pues pensaba regalárselo en prueba de mis intenciones serias para con su amor.

III

Me acuerdo que mi papá fue a pedir la mano de Gertrudis, mi cuñada, con mi mamá y mis abuelos y hubo brindis y hasta me dejaron tomar un poco de mezcal, que para ese entonces yo ya había tomado a escondidas de las botellas que mi abuelo tenía guardadas detrás de las botas y sacos y que de tiempo en tiempo tomaba un poco con el auxilio de mi discreción para con mi abuela y mis cuidados de la puerta, con el clásico: Aguas. En la noche del miércoles me senté a la cena con mi papá y le dije: Padre, necesito que vaya a pedir la mano de una niña para mí. Se sonrío, me abrazo y me dijo: Andá no más dime quien es y yo hablo con su apa. Se metió a dormir y yo no podía juntar parpado con parpado, pues los nervios me comían. Ahora sólo faltaba que supiera el nombre de la niña.
Se acabo mi castigo y regrese a la casa de la abuela y ese día me dejo entrar gratis, y hasta me dio diez centavos para ir a comprar palomas con doña Inés. Yo no veía a Mario ni a Ignacio y Federico aun no había llegado de sacar las gelatinas de casa Segovia. Me senté y creo María me pregunto porque no había ido, le conté todo y aproveche pa preguntarle acerca de la niña, me dijo que no había visto a la niña. Y pensar que ese día Mario no me contesto el mensaje porque se quedo en casa haciendo los deberes. Y pos llegaron mis amigos, pero total no sabía nada de nada.

IV

Llegó Semana Santa y yo me fui a confesar ya que para ese entonces me había preparado la señora Rosita pa hacer mi primera comunión y pues confesé mis pecados que para mi eran mortales y hasta le dije de mis intenciones para con la niña, no sé si era pecado, pero necesitaba desahogarme, y hasta llore por mi cobardía. El sacerdote no más me dijo: Si hijo mío, ve y reza tres padres nuestros y un rosario. Mientras creo yo, veía discretamente a Eduardo, con quién se supo después se había fugado pa Guatemala, según eso escuche en la carnicería.
Yo salí berreando, limpiándome los mocos y con mis culpas sedientas de mis lágrimas. Hasta una señora me miro y dijo: Que ternura de alma. Yo me fui a sentar en la banca del fondo, junto a los santos Peregrinos, me acerque a ver los exvotos, y ahí estaba ella. Tenía un listoncito verde detrás de la fotografía el listón decía: Gracias santa familia por permitir que mi hija Malena muriera sin sufrimientos.
Salí corriendo y hasta tire a don Chano, y fui a golpear con todas mis fuerzas las cruces que ocuparían para la representación de la pasión, y con todas mis fuerzas las tire y escupí sobre ellas. Prudencio quién me vio, se acerco a mí y me abrazo fuerte.

V

Yo no lo sabía, pero el sí sabía que mi padre acababa de morir.
Llegue a mi casa y las lonas se extendían por todo el patio. Las sillas de los vecinos se apretujaban entre ellas. Mi madre lloraba junto al cuerpo tendido de mi papá, yo me quede sentado durante todo el sepelio, mirado el piso. Todos me pasaban a abrazar y decian palabras algunas bellas algunas simples, pero al fin palabras flacas.
Cuando lo llevaron a sepultar, yo fui antes de que iniciará la marcha fúnebre a cortar dos dientes de león creo que me acompaño María, la verdad no me acuerdo. Uno se lo deje encima de la caja que don José había construido y el otro lo tuve en mis manos, hasta que la ultima pala de tierra cayó encima de mi padre, después lo solté. Mientras la gente se encaminaba al banquete, busque entre las tumbas a Malena, pero como todo niño busque en todos los lugares pequeños y los escondrijos, pero ella, al final de mi desvarió estaba ahí, junto a mi padre. Me senté frente a las tumbas y espere a que el programa terminara.

domingo, junio 14, 2009

Epistolas

Hace algunos meses me levante de un aliento húmedo.
Cinco años acumularon en sus sacos los carteros el polvo y el camino de aquellas epístolas.
Ella llegó a mi vida de una manera extraña (ó tal vez fui yo quien llegó a la de ella). Una noche de tedio, golpeando la soledad del teclado, y con mi aburrimiento bailando entre la cerca, nos encontramos en una maraña de palabras, ahí donde lo último que ha encontrarse es una persona que desde sus aparadores de inexistencia, responda con caminos nuevos a preguntas y acertijos. Creó que lo primero que se dijo fue: “Esta noche no hay luna, ¿sabe usted donde duerme? ¡La necesito!” Ella respondió tal vez: “También le busco”.
A una y otra pregunta siguieron nuevas metáforas y laberintos sin salidas; pasaron meses y segundos, ella comenzó a extrañar nuestros juegos de hormigas; yo comencé a esperar la noche con una paciencia hiperactiva
Un día temí el sentimiento tan amargo de amar sin tocar. Me aleje.
Año y hojas cayeron, ella volvió nadando a mis cartas y yo volé despacio en las suyas; poco a poco el azar primigenio fue vestido de seguridades ligeras.
Un día sin espera, mi padre falleció y ella se alejó aún más lejos que las estrellas, con su silencio fatal para mí.
Pasaron meses y cartas, ella dejo de ser ausencia. Se enamoró de alguien vecino a su cuerpo y abrazo. Finalmente el silencio se hizo perpetuo y sin absoluciones. Un día, después de epístolas ingresando como balas en sus manos y de suplicas para una palabra, sólo dijo: Perdón.

martes, mayo 26, 2009

Sin

Y pensó: si despierto, me gustaría que algo estuviera ahí.

lunes, mayo 18, 2009

Rostro de voz

In Memoriam

"Tengo una soledad tan concurrida que puedo organizarla como una procesión"
Mario Benedetti, Rostro de voz



Esta luna sin vela termina de esconderse entre la entrepierna del cielo; nos mienta un poco la madre y nos persigue en el guardarropa.
El disco del teléfono aún tiene los rostros algo palurdos de dos números, un nueve algo baboso y un cuatro un mucho gordo; los otros, son imprescindibles para alargar esta lengua desteñida de hiel y estas manos sin huesos. Qué mierda es encontrar al mismo fulano, que se atraganta mientras carraspea su: No está; aunque estés.
Bajo ese velo de santidad bendita se esconden tus senos marchitos que no dan de mamar tus ganas sin sus razones.
Te alegras y sonríes al espejo, bajas las escaleras, te sirves un poco de leche tibiecita y masticas unos tostones de la abuela, te rascas las nalgas y te sientas bajo la higuera yerma. Suena el teléfono, mirás el número y lo dejas entre tus pechos. Para de sonar; sigues mascando y bebiendo. Sigo repitiendo este laberinto con sus entradas con salidas; sigues esperando la misma soledad.
Pasa que pasa un caracol detrás de la mecedora y le aplastó; pasa que paso tu voz, le prendo una veladora, me rezó un “nuestro”, te regreso tus lagrimas que no fueron mañana, te regreso tus labios torcidos; pero me quedo con el sabor de tu sexo húmedo y los hijos que aún no te nacen.
Sin ti no sé dónde vas a parar, por cualquier cosa que pase, en el guardarropa siempre guardo una segunda vida, bien dobladita y lavada, usála cuando quieras, pero cuando salgas, no olvides tu soledad que nunca esperas.

Mario, estarás en esos pibes que te leerán y en seguida se seguirán.



viernes, mayo 15, 2009

Favor de no

Si, dime. No, ya te dije que aun no son las diez y media. Espera un poco, un poquito más,…me acorde de esa canción. Te acuerdas que la primera vez que me escuchaste cantarla, estábamos en la guagua. Y toda la gente se estrechaba en un baño de sudor pestilente y amargo. La señora que traía las bolsas llenas de arroz me acompaño en el estribillo y tú sacaste un cuaderno y te pusiste a pasar una pluma de arriba a abajo por la costilla de metal y dos niños comenzaron pegar sobre el vidrio con sus colores que sacaron de un estuchito con dinosaurios. Al bajar en tu casa, miramos con un poco de angustia ese mundo en ruedas que se alejaba, y con él, un futuro como tantos y como tantos, tan olvidado. ¿Te doy un poco de agua? Si ya sé que está un poco tibia, pero tómala, anda, un trago solamente. Me gusta ver tus labios secos, tocar con mi lengua tu piel que como tierra yerma se desquebraja en cada pliegue. Pero no te salgan “no’s” y “peros”, sé que no es día para eso. Es algo diferente el sol. No me regañes, ya sé que no te gusta que mire así al sol; recuerdo con sobradas lágrimas la historia de tu tía, que por mirar al sol se murió durante un viernes de esos santos. Alza un poquito los ojos, entiéndeme por favor que es diferente, no sé en qué lo es, será porque lo miro junto a ti, o será que lo miro desde una lejanía inmediata a ti. ¿Te seco el sudor? Joder, no traigo mi pañuelo, ayer lo saque a lavar, pero parece que se me ha enredado entre los calcetines o mis playeras, y entre el recuerdo y las distracciones. ¿Prendo la luz? Creo que el foco de la cocina esta fundido, pero no abren hasta el día de mañana la ferretería, y creo que ignoras, que mi hermano me narró de pequeño aquel cuento de Gabo, como historia de nota roja, y aun cuando la realidad se atasca en mis sueños, la fantasía se muestra sumisa al aliento quieto del terror, por eso no padeces de fugas de luz. Tengo un poco de comezón en la cabeza, es el sudor creo yo, si fueran piojos creo que serían poco fastidiosos. El auto está llegando. Tocan la puerta. ¿Estaré correctamente vestido para la ocasión? Traigo zapatos, traje, un corbatín, ¿que más se usará? ¿Necesitas aún más tiempo? Nos vemos algo tarde ya, cuídate. Sería cómico, muy cómico, que el encargado salga a la salita de espera y nos pregunte a alguno si tenemos un fosforo, yo ya no fumo, ¿lo sabías?



lunes, mayo 04, 2009

Todo

A los tres años comencé a hablar. Fue justo después de que por el portón, dejaran colar tres gendarmes a la muerte.
Mi boca no expulso tesoros dignos de submarinos y cazadores de profetas.
La teoría psicoanalista, dice que no me importo hablar, ya que el mundo, era una charola de plata a señas y yo un midas de mocos y dedos.
Necesite un acto simbólico que respaldará significativamente aprender la oralidad de los mayores. Tal vez sea que ante las velas y la noche larga en el velorio de mi bisabuela, extrañaba tontamente lo ajeno.
¿Cuál fue mi primera palabra?, no importa.
He olvidado ese silencio.


sábado, mayo 02, 2009

Odio numero uno

Odio tu cuerpo así. No lo sabes.
Pasa la hoja de afeitar por tus piernas y no miras ninguna frontera más allá. Esa lengua metálica lame tus pantorrillas, sube por tus rodillas de marfil y pasa de puntas bajo el costado de aquella cicatriz, que de niña te nació.
Alzas los ojos con el espejo y buscas la crema, mientras tus arrugas encuentran ríos salados. Vuelves esas tus manos a tus dedos y les envuelves contra el tiempo. La lengua aspira esa piel y gira como en una pista de baile por tus muslos y la música juega junto a tus ojos.
Te ríes un poco, tiemblas y es tan dulce y perfecto verte así. Tomas tus cabellos y recorres toda el agua dormida que se precipita en la comisura de tu sexo y se mezcla con esa savia bienaventurada.
Tus piernas se abren lentamente y la lengua quema tu sexo.
Yo me siento en el wáter a ver tu sombra a través de la elipse. No me miras; saco un cigarrillo, lo enciendo y la primera bocanada, esa tan cálida, la arrojo desde la mitad de mi lejanía, a tu sexo sin sed. Vos sigues ahí hundiéndote en ti y entiendo otra vez que la hoja de afeitar, es una extensión de tu cuerpo que suda un deseo sin mí.