A Mónica
I
Creo eran dos centavos lo que uno pagaba para poder entrar a la casa y disfrutar de la televisión. En la puerta se encontraba la abuela de la casa, ella extraía constantemente de la comisura de sus senos el pañuelo rojo en donde iba guardando uno a uno los centavos, y cuando uno prestaba atención sabía que en tiempos pasados fue verdaderamente hermosa. Después de diez asistentes constantes y sonantes, mandaba a la nieta Juana a comprar un litro bien servido de pulque con don Agraciano, quién para entonces, aún seguía la técnica tradicional de la molienda de las frutas, con las cuales preparaba los curados de fresa, de avena, de perejil, de guayaba, etc.; don Grabiel comenzó a usar licuadora hacía dos años, aquel aparatejo se lo regalo su hijo que vivía en Texas. Algunos chismes decían que se encontraba preso en una cárcel y que por ello no podía venir a visitar a tu tata; otro rumor decía que había casado con una gringa (pelos de elote), y que le daba vergüenza mirar a doña Clarita, pos por ese temor al bastón y a los golpes de su silencio tan dolorosos, que ni una bendición pronunciarían, ¿y pos quién se va a bailar con la más fea, sin una bendición de la madre?
Fue Agustín quién primero le pidió a tata Domingo que le permitiera por vender unas gelatinas, mientras duraba la función. Pero Federico también no se quería quedar atrás y se sentaba en un huacal a la puerta de la casa con sus gelatinas. La abuela nos permitía salir sólo tres veces por función, una la ocupaba para ir a orinar, otra para ir a comer y la tercera para comprar algo para golosinear. No siempre compre gelatinas, a veces iba por palomitas con doña Inés; pero pa ser sinceros a mí me gustaban más las gelatinas de Federico, pero las de Agustín tenían pasas en el centro, así que de cuando en cuando compraba a ambos vendedores, creo todos lo hacíamos, nunca hubo pleitos mayores entre esos comerciantes. Sólo una vez, que sin querer se chocaron en la vuelta de casa Felisa y uno a otro se tiro la mercancía, se dieron de golpes, pero a los días se hicieron amigos de nuevo, hasta Federico le regalo una vitrina que le había hecho su apa, quién era herrero; al fin creciendo y pa ayudarse uno a otro con en sus estudios vendieron cerca de la Facultad de Odontología clandestinamente litros de pulque a un peso litro y hasta se hicieron famosos, y no faltaba quien quería hacerse su amigo y gorrearse el pulque.
II
No sé qué programa veía cuando la conocí, era linda, me cae de dios, que era linda. Ah y pues creo evidente decir ahora que me enamore. Claro que las orejas se me pusieron rojas, coloradas, y cuando salí a comer le dije a la abuela Soledad, que me vigilara a esa niña, que le había prestado pa la entrada y que quería recuperar mis veinte centavos. La abuela cerro y me fue a preparar un poco de almidón, pues decía que estaba intoxicado, ya que las orejas las tenía coloradotas y algo grandes. Años después entendí que esa tarde comí kiwi que llevó pa presumir Jacinto y que era alérgico y pos creo que la abuela me salvo por lo menos de unas orejas de elefante esa tarde.
Mi ama me dijo que parecía que no había comido en siglos, pues me atragante todos los frijoles y las calabazas. Apenas me tome dos vasos de agua de limón con chía. La abuela Soledad no me dijo nada al regresar de comer, pero la niña estaba ahí. No sabía donde vivía y hasta ese entonces creía que era imposible este conocimiento, pues todos los niños de la colonia nos conocíamos, hasta creo que Jorge vivía después del Mercado de Bola, ahí en contra esquina de los elotes asados y eso ya era rete lejos.
Medio escribí en el cuaderno de matemáticas un recado para Mario, en el que sin más anestesias sociales, le preguntaba quién era ella. Mario no me pelo, no más me miró y encogió de hombros con cara de chango confundido. No me arme de valor y me fui a mi casa sin preguntar más sobre esa niña. Hasta espere a mi valentía con la entrada de la Telenovela de las nueve de la noche, en donde las señoras ocupaban los asientos antes reservados por los niños y la programación del canal ocho. Al llegar a mi casa mi tata me dio unos buenos cinturonazos, con ese de la hebilla plateada, que a jijo, como me dolieron toda la semana las nachas.
De castigo no pude ir a ver la televisión. Hasta la abuela Soledad me miraba como desde la entrada tenía mi cara de zopilote. Federico me invitaba diario una gelatina y yo le cuidaba el puesto mientras iba a darle la pastilla a su madre, (que para entonces seguía con vomito amarillo, mismo que terminaría con su vida dos meses después). Pero no me interesaba ver la televisión, quería ver a esa niña y esos días cargaba un diente de león en mi camisa, pues pensaba regalárselo en prueba de mis intenciones serias para con su amor.
III
Me acuerdo que mi papá fue a pedir la mano de Gertrudis, mi cuñada, con mi mamá y mis abuelos y hubo brindis y hasta me dejaron tomar un poco de mezcal, que para ese entonces yo ya había tomado a escondidas de las botellas que mi abuelo tenía guardadas detrás de las botas y sacos y que de tiempo en tiempo tomaba un poco con el auxilio de mi discreción para con mi abuela y mis cuidados de la puerta, con el clásico: Aguas. En la noche del miércoles me senté a la cena con mi papá y le dije: Padre, necesito que vaya a pedir la mano de una niña para mí. Se sonrío, me abrazo y me dijo: Andá no más dime quien es y yo hablo con su apa. Se metió a dormir y yo no podía juntar parpado con parpado, pues los nervios me comían. Ahora sólo faltaba que supiera el nombre de la niña.
Se acabo mi castigo y regrese a la casa de la abuela y ese día me dejo entrar gratis, y hasta me dio diez centavos para ir a comprar palomas con doña Inés. Yo no veía a Mario ni a Ignacio y Federico aun no había llegado de sacar las gelatinas de casa Segovia. Me senté y creo María me pregunto porque no había ido, le conté todo y aproveche pa preguntarle acerca de la niña, me dijo que no había visto a la niña. Y pensar que ese día Mario no me contesto el mensaje porque se quedo en casa haciendo los deberes. Y pos llegaron mis amigos, pero total no sabía nada de nada.
IV
Llegó Semana Santa y yo me fui a confesar ya que para ese entonces me había preparado la señora Rosita pa hacer mi primera comunión y pues confesé mis pecados que para mi eran mortales y hasta le dije de mis intenciones para con la niña, no sé si era pecado, pero necesitaba desahogarme, y hasta llore por mi cobardía. El sacerdote no más me dijo: Si hijo mío, ve y reza tres padres nuestros y un rosario. Mientras creo yo, veía discretamente a Eduardo, con quién se supo después se había fugado pa Guatemala, según eso escuche en la carnicería.
Yo salí berreando, limpiándome los mocos y con mis culpas sedientas de mis lágrimas. Hasta una señora me miro y dijo: Que ternura de alma. Yo me fui a sentar en la banca del fondo, junto a los santos Peregrinos, me acerque a ver los exvotos, y ahí estaba ella. Tenía un listoncito verde detrás de la fotografía el listón decía: Gracias santa familia por permitir que mi hija Malena muriera sin sufrimientos.
Salí corriendo y hasta tire a don Chano, y fui a golpear con todas mis fuerzas las cruces que ocuparían para la representación de la pasión, y con todas mis fuerzas las tire y escupí sobre ellas. Prudencio quién me vio, se acerco a mí y me abrazo fuerte.
V
Yo no lo sabía, pero el sí sabía que mi padre acababa de morir.
Llegue a mi casa y las lonas se extendían por todo el patio. Las sillas de los vecinos se apretujaban entre ellas. Mi madre lloraba junto al cuerpo tendido de mi papá, yo me quede sentado durante todo el sepelio, mirado el piso. Todos me pasaban a abrazar y decian palabras algunas bellas algunas simples, pero al fin palabras flacas.
Cuando lo llevaron a sepultar, yo fui antes de que iniciará la marcha fúnebre a cortar dos dientes de león creo que me acompaño María, la verdad no me acuerdo. Uno se lo deje encima de la caja que don José había construido y el otro lo tuve en mis manos, hasta que la ultima pala de tierra cayó encima de mi padre, después lo solté. Mientras la gente se encaminaba al banquete, busque entre las tumbas a Malena, pero como todo niño busque en todos los lugares pequeños y los escondrijos, pero ella, al final de mi desvarió estaba ahí, junto a mi padre. Me senté frente a las tumbas y espere a que el programa terminara.
2 comentarios:
No quiero que mis palbras sean, flacas ante su cuento, que en efecto es un proceso de sanacion,le mando un abrazo fuerte, gracias por sus acertadas palabras, y compartir su pluma.
ES GENIAL ESTE CUENTO Y MONICA UNA CHICA MUY LINDA, ASI QUE ESTOY FELIZ...
:) ib
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